jueves, 7 de enero de 2016

Capítulo 74. Cafeína.

Narra Louis.
Cientos de besos llegan a mi rostro, entre palabras de cariño y otras tantas acerca de que tenga cuidado. Mi madre peina mi flequillo con suavidad, como si fuera un niño, y yo sin dudarlo, dejo que lo haga.

--Ten mucho, mucho cuidado-dice con una sonrisa suave, acariciando mis mejillas.
--Claro que sí, mami.
--Y cuida de Harry. Parece desanimado por completo.
--Siempre.
--Y acuérdate de comprarle a Fizzy una bola de nieve a cada ciudad que vayas. Ya no sé ni dónde las quieres meter, pero ella verá.
--Está bien-respondo por inercia, divertido.
--Y no te alimentes a base de guarrerías ¿quieres?
--Que voy a estar bien, mamá.
--Y si quieres que yo hable con la madre de Lucía, llámame, seguro que eso arregla mucho las cosas.

Resoplo rodando los ojos. Llevamos despidiéndonos como veinte minutos, y no es que me queje del cariño de mi madre, ni mucho menos, sino que parece que se despide como si no fuera a verme nunca más. Después de algunas frases de madre más, me da el enésimo abrazo y deja un beso en mi nariz.

--Te quiero mucho, cariño.
--Y yo a ti, mamá.

Las dos más pequeñas ya están durmiendo como troncos dentro del coche. A Fizzy no debe de quedarle mucho por acabar igual, y Lottie parece dispuesta a ir escuchando música todo el viaje de vuelta a casa.
Podrían haberse quedado algún día más, hueco en la casa de Zayn hay de sobra, y no creo que le moleste ni al propietario, ni a mi hermana, ni a Malcom, de quien nadie me explicó lo que pasaba cuando llegué ayer. Doy por hecho que fue alguna clase de...no sé, de algo extraño, de algún ataque de esos que deberían mirarle en el hospital, pero Zayn parece tranquilo, para nada preocupado, al igual que mi hermana, por lo que supongo que no es nada de lo que preocuparse, mucho menos de lo que yo me tenga que preocupar.
Veo como mi madre deja también un último beso en la mejilla de mi hermana, da un abrazo a Zayn, acompañado de algunas palabras de aspecto serio, a las que el moreno contesta de la misma forma. Una última muestra de cariño para el pequeño, que se esfuerza en no caer dormido, pero no parece fácil. No es de extrañar, apenas serán las siete de la mañana. Sube al coche, papá se despide (otra vez) con una sonrisa en el rostro desde el coche, Charlotte le imita y Fizzy tan solo trata de buscar una posición cómoda para dormir. El coche se aleja, desapareciendo de nuestra vista por el mismo lugar por el que los rayos anaranjados del día aparecen.
No hay una gran despedida entre los que quedamos aquí, tan solo un "Hasta luego" y una promesa de hablar en algún momento para quedar.
El camino a pie hasta casa no me despierta, pese al frío que parece atravesar la ropa de abrigo con facilidad. Ya estamos a finales de Noviembre, tan poco se puede esperar un calor abrasador.
Para cuando llego a casa mis dedos están congelados, y tengo que sacudir las manos para que entren en algo de calor y así poder abrir la puerta de casa. Al entrar, lo hago con sumo cuidado. Sé que Harry no se va a despertar, no al menos por el sonido de la puerta abrirse, pero prefiero no poner a prueba esa teoría. Dejo el abrigo en la percha, y con un bostezo me dirijo al salón, en busca de mi pijama, ya que tengo la ligera idea de que lo dejé por aquí, en alguna parte. Enciendo la luz, todavía entre bostezo y bostezo, y me encuentro con una gran figura aovillada en el sofá, mirándome con grandes ojos llenos de cansancio y dolor. Por descontado, pego un chillido que debe de haber despertado a medio vecindario.

--Dios Santo-susurro con una mano al pecho-Harry, por el amor del Cielo, ¿qué haces aquí?-pregunto mientras me acerco a él, sin esperar realmente una respuesta que finalmente obtengo.
--Me desperté. No estabas-su voz es mecánica e impasible, pero eso no quita, que yo abra mis ojos con algo de sorpresa al escucharle hablar.

Normalmente suelta una par de palabras que indiquen lo que quiere, a veces solo se quedan en sonidos indescifrables. Aunque está claro, que las cosas cambian completamente si hay una niña pelirroja en su regazo. Sacudo la cabeza con sus suspiro, tratando de que ese ligero enfado se vaya de mí. Está claro que son celos, envidia, rabia porque una chica que apareció de la nada, de la que no sabemos...nada, consiga hacer que Harry se encuentre mejor en cuestión de segundos, mientras que yo, su amigo, su mejor amigo, apenas consigo que intercambie más de una frase si ella no ha estado anteriormente con él. A la vista está mi egoísmo, que en vez de alegrarme porque mi amigo esté recuperándose -aunque sea lentamente- me quejo de no ser yo el que le esté ayudando.

--Fui a despedirme de mis padres-respondo con tranquilidad, colocando con cuidado la manta que ya tenía sobre él-¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

 Su respuesta es negar con la cabeza, mientras se acurruca en el sofá. Sin embargo, sus ojos no se cierran, tan solo están puestos en mí, sin decir palabra, sin expresar otra cosa que no sea una mezcla de emociones encerradas. Acaricio su mejilla con cuidado antes de dejar un beso en su frente.

--¿Por qué no vuelves a la cama? Seguro que allí dormirás mejor.
--No. Me aburro en la cama. Aquí contigo.

Sonrío débilmente, antes de dejar otro beso, esta vez en su mejilla.

--Como quieras-respondo mientras me meto bajo su misma manta, colocándome junto a él. Mi cabeza queda bajo la suya debido a la diferencia de tamaño-¿Cómo has llegado hasta aquí tu solo?
--Tengo piernas-su respuesta hace que ría por lo bajo.
--Ya, de eso me he dado cuenta-contesto divertido, aunque rápido mi diversión se esfuma, para ser sustituida por la habitual preocupación-Podría haberte pasado algo.
--Podría.
--Sí, podría, era muy probable que hubiera pasado. Todavía...estás un poco débil, ¿sabes?
--Puedo caminar. Tengo un problema en la cabeza, no en las piernas.

Su respuesta me calla de golpe. Está claro que tiene razón, tiene toda la razón del mundo, pero eso no quita que a mí no me preocupe el que pueda caerse por las escaleras, darse un golpe contra el pico de alguna mesa, romperse un brazo, dañarse más de lo que ya está.

--No quiero que te pase nada malo-admito en voz baja, casi contra su pecho.
--Estoy bien. Mejoro. Puedo caminar. Puedo bajar las escaleras y sentarme en el sofá.

Me rindo con un suspiro y un asentimiento de cabeza. Siento una de sus grandes manos colocarse en mi espalda con cuidado, apretándome más contra él.

--Estoy bien-insiste.
--Lo sé.

Su mano aprieta más en mi espalda, lo cual hace que mi brazo también se extienda hacia él, correspondiendo a su abrazo. Minutos después, ya puedo sentir su respiración pesada y los primeros ronquidos salir de él. Suspiro, todavía acariciando su espalda con cariño, y cierro mis ojos, esperando volver a dormirme como él. Sin embargo, siento algo en mi cabeza, en mi mente, llevarme una y otra vez a la consciencia, sin dejar que descanse, sin dejarme dormir ni siquiera un minutos. Una parte de mí no quiere que me duerma, y de inmediato lo relaciono con la preocupación que Harry me provoca, supongo que unida a la pequeña tristeza de haberme despedido de mi familia hace escasa media hora, y puede que también tenga algo que ver con Malcom. Simplemente puede que me haya desvelado.
Me quedo acurrucado contra Harry, con los ojos abiertos como platos, esperando porque el sueño vuelva a mí. Siento como el tiempo pasa despacio, con cada segundo marcado por el gran reloj que hay puesto en la pared. Tic, tac, tic, tac una y otra vez, clavándose en mi cabeza, hasta que siento que empieza a enloquecerme. Miro al dichoso causante, encontrando con que ya son las ocho y media de la mañana.
Suspiro frustrado y decido levantarme, con mucho cuidado de no despertar a Harry. Éste se queda encogido en el sofá, envuelto en una gran manta, con los labios entreabiertos, emitiendo un sonido constante, tranquilo. Algunos rizos caen desperdigados, revueltos sin orden alguno. Sonrío cuando subo la manta hasta que cubre su nariz, y él como respuesta masculla mi nombre, revolviéndose, pero sin despertarse.
Camino en silencio hasta la cocina, pensando en diversas cosas: el porqué de que ese reloj suene tanto; la razón por la que me encuentro de pie en medio de la silenciosa cocina, sin saber qué hacer; el motivo por el que Harry ha conseguido levantarse de la cama y bajar al salón a esperarme; qué podría hacer en lo que vuelve a despertar; en salir a la calle a dar un paseo; en irme a la cama; en ver la tele; en tan solo quedarme aquí en la cocina, de pie, mirando como la hora en el microondas cambia sin hacer ruido, avanzando conforme yo más pienso en qué hacer.
Decido ponerme a hacer café, aunque solo sea por perder tiempo en lo que lo intento, sale mal y lo recojo. De manera extraña, consigo hacerlo a la primera y no pierdo mucho tiempo. Los números rojos del microondas todavía marcan las nueve menos cinco. Me apoyo contra la encimera, dispuesto a beber el café, mientras escucho la respiración pesada de Harry y el dichoso segundero con su tic tac interminable.
Lucía. Eso tendría que haber hecho aprovechando lo despierto que estoy tan pronto, pero ya es tarde, debe de haber entrado a clase hace rato.
Me doy media vuelta para lavar mi taza. Apenas han pasado diez minutos y yo sigo sin saber qué hacer a estas horas. Me centro en lavar a conciencia la taza y algunos cacharros más que hay en el fregadero, ignorando a propósito lo útil que es el lavavajillas. Siento como poco a poco, surge una especie de intranquilidad en mi pecho, la que suele aparecer cuando llevo demasiado tiempo entre silencio, perdiendo el tiempo de la manera más absurda, mientras empiezo a pensar en una y otra cosa sin sentido. Parezco gilipollas, aquí con el corazón a mil solo por el silencio que me rodea, solo por algún pensamiento en mi cabeza escondido, que me está queriendo recordar algo, y que realmente me está poniendo nervioso, porque ni lo recuerdo ni parece que vaya a hacerlo. Froto con insistencia los cacharros, frustrado conmigo mismo. ¿Qué he olvidado hacer? ¿Tenía que llamar a alguien? ¿Tenía que comprar algo? ¿Tenía que ir a algún sitio? ¿Encontrarme con alguien? ¿Qué? Abro el grifo de golpe, bufando mientras pienso en qué es lo que me está alterando. Es el silencio, seguro, o el tic tac del reloj, o que tenía que comprar leche, tal vez. El silencio me molesta, me estorba, necesito poner la radio, música, hablar con alguien, dejar de pensar, o al menos no pensar a medias.
Me sobresalto ligeramente al sentir unos brazos rodearme, pero ni por esas dejo de sentirme intranquilo, mucho menos de fregar y fregar los mismos cubiertos, los mismos platos.

--Se va a borrar el dibujo-siento la voz de Harry retumbar en mi coronilla-¿Qué pasa?

Dejo de golpe el vaso que ya he lavado como tres veces, rezando porque no se haya roto. Suspiro, resoplo, bufo. ¿Qué pasa? No lo sé, solo me estoy estresando por la nada. Solo estoy tratando de recordar algo que no tendrá ni sentido. Solo estoy perdiendo el tiempo porque no tengo nada que hacer. Solo estoy fregando. Solo estoy resoplando. Solo estoy pensando en lo que realmente estoy haciendo.

--Nada-respondo en voz baja, abriendo una vez más el grifo, esta vez para aclarar de manera definitiva los cacharros.
--¿Has tomado café?
--Sí.
--Estás eufórico perdido. Cafeína.

Cafeína. Sí. Es la cafeína. Me he tomado dos cafés antes de las nueve de la mañana, cuando normalmente solo me tomo uno, y bien es para despertarme y salir enérgico a algún ensayo, a trabajar en general, o bien es para cuando voy a ver a Lucía casi de madrugada, lo cual también hace que pierda la energía que me da el café. Cafeína. Estoy intranquilo por la cafeína. Solo es eso.
Suspiro una vez más, dejando de aclarar los vasos, ya rechinantes de tanto frotar.

--¿Quieres desayunar?-pregunto colocando las cosas con cuidado en el escurreplatos.
--No.
--Vamos, tienes que desayunar algo. Te estás poniendo algo mejor, no creo que merezca estropearlo con un bajón de azúcar.
--No tengo hambre.
--Solo un Cola Cao aunque sea-insisto, mientras me doy media vuelta. Sus brazos todavía siguen rodeándome con cuidado, solo que esta vez se quedan en mi espalda-Creo que todavía quedan Froot Loops, y de esas magdalenas que tienen chocolate por dentro, galletas hay un montón, o sino puedo hacerte tostadas con...

Tengo que dejar de hablar. Me veo obligado a dejar de hacerlo. Sus labios pegados a los míos me impiden continuar con el menú para desayunar. Mis ojos se cierran, muy al contrario de abrirlos como platos ante la sorpresa. Una de mis manos llega a su nuca, evitando así que se separe.

¿Qué estás haciendo? mi conciencia pregunta con asombro, con la boca abierta hasta el suelo, como los dibujos animados Louis, para ahora mismo. Lo que estás haciendo no está bien. No está bien. 

No está bien...

¡PARA! ¡PARA AHORA MISMO! una voz me chilla, y ya no es mi conciencia. No sé quién es, pero no parece contenta ¡NO PUEDES HACER ESO! ¡LA GENTE NORMAL NO HACE ESO! Una tercera voz recrimina a la segunda, igual de cabreada que la segunda ¡PARA AHORA MISMO! La segunda voz vuelve ¡CÁLLATE! ¡PARA! se chillan, me chillan, me ordenan, y me duele.

Louis, es suficiente la voz tranquila de mi conciencia, de mi mente, es la que vuelve a mí. Para.

¡PARA! ¡ENFERMO!

Louis, para.

Me chillan, me gritan, me piden. ¿Quiénes? La voz tranquila es mi mente, eso está claro, ¿y las otras? No son desconocidas, pero sin duda, no sé quiénes son, no les pongo cara, no sé de dónde salen, y mucho menos por qué me están ordenando, por qué están en mi mente, por qué parecen odiarme.

¡PARA!

Para.

--Para-apenas susurro sobre los labios ajenos, esos que vuelven a unirse a los míos sin hacer caso a mi petición. Coloco una mano con cuidado en su pecho, temblorosa por alguna razón, tratando de apartarle-Harry, para. Por favor.

Sus grandes ojos me miran, con necesidad, con intensidad, perdidos, aliviados, preocupados. Ninguno dice nada. Él solo jadea con pesadez, sonoramente, mientras que yo lo hago casi en suspiros. Nos quedamos quietos, como estatuas. Sus manos siguen en mi espalda baja, las mías en su pecho.

--¿Qué has hecho?-apenas soy capaz de decir pasados unos largos minutos bajo su intensa y desordenada mirada.
--Besarte.
--¿Por qué?
--Porque quería.
--Dijiste que no te gustaba.
--Dijiste que no estabas celoso.
--Existen los celos de amigos.
--Existen los besos de amigos.
--No es cierto.
--Lo tuyo tampoco.

Y de nuevo silencio. De nuevo quietos. De nuevo mirándonos en busca de respuestas. En busca de respuesta que, sinceramente, me da miedo conocer.
Suspiro pesadamente, tratando de buscar una pregunta adecuada, o aunque no sea una pregunta, tan solo algo que decir, pero él se me adelanta.

--Quería comprobarlo.

Parpadeo un par de veces, sorprendido ante esas palabras. Cuando las encuentro un sentido, no parecen dejarme menos estupefacto que antes.

--Pensé que ya te había demostrado que no te gustan los chicos.
--No. Me demostraste que me lanzo a la primera persona que me da cariño cuando una zorra mala me deja. No tenía nada que ver lo que me gustase o no. Y está claro que tampoco tenía que ver con lo que te gustase a ti.

Me quedo callado, aún más confundido que antes, si es que eso es posible. Sorprendido ante sus palabras, ante...su acusación.

--¿Qué tengo que ver yo con que tú me hayas besado?-me atrevo a decir, sonando más molesto de lo que pretendía.
--Me has devuelto el beso.
--No lo he hecho.
--Lo has hecho.
--¿Por qué iba a hacerlo?
--Buena pregunta.

Sus brazos dejan de rodearme con cuidado, sin dejar de mirarme con fijación, todavía con rostro impasible, insensible, ni feliz, ni enfadado, ni nervioso, ni dudoso. Se aparta de mí de la misma manera y sale de la cocina sin decir palabra. Le sigo despacio, pero para cuando yo salgo, él ya no está en el salón, y lo siguiente de lo que soy consciente, es de que una puerta en el piso de arriba se cierra.
Sigo intranquilo. Nervioso. Ahora asustado sin motivo, preocupado.
Decido no ir tras él, no por el momento, no hasta que salga de este estado de alucinación y sorpresa. Me siento con cuidado en el sofá del salón. Ya no se escucha la respiración de Harry, aunque sí el tic tac del reloj. Me quedo mirando la televisión apagada, y pretendo pensar en lo que ha pasado, analizar la situación, pensar en motivos lógicos y normales, pero lo único que acabo haciendo, es acariciar mis labios con las yemas de mis dedos.


Narra Liam.
Las lágrimas de mi pequeño y las mías parecen ir acorde, al igual que nuestros sollozos. Sus mejillas están rojizas por el frío, pese a que ya no pueda estar más cerca del único foco de calor que hay en este sitio. Está claro que yo siento frío, mucho más del que nunca he llegado a sentir, pero eso no es relevante cuando mi niño, tan frágil y pequeño también lo padece.

--Lo siento, cariño-murmuro acunándole con suavidad-Pronto entraremos en calor, te lo prometo...-añado besando su frente, afortunadamente, más cálida que mis labios, absolutamente congelados-¿Cuánto tiempo vamos a tener que quedarnos aquí?-pregunto sin alzar mi tono de voz, pero sé perfectamente que quien tiene que responder a mi pregunta me ha oído.
--Hasta que pase todo-responde ella con tono impasible, tanto al frío, como a nuestro llanto desgarrador.
--¿Y qué se supone que es "todo"?-pregunto en voz baja, sin querer alterarla, sin querer alterar más a Matt.

Pero no obtengo respuesta alguna. Me giro para ver cómo la única persona en la que puedo confiar -al menos en este tema- tiene la mirada puesta en la ventana prácticamente congelada. Sus ojos azules, tan fríos como el tiempo, están fijos en algún punto de afuera, observando, vigilando, como si se viera lo más mínimo en medio de una nevada de este calibre.
Llevo en algún punto de...creo que es Noruega -aunque no lo puedo asegurar- tres días...tal vez cuatro, no lo sé, las horas en tren me despistaron. Nos encontramos en una gran y lujosa casa, que parece que lleva abandonada años, al igual que las calderas que no parecen querer arrancar, por lo que lo único que tenemos es una gran chimenea, que no nos proporciona suficiente calor como para poder ni siquiera quitarnos los abrigos.
Acaricio con cariño las mejillas de mi pequeño, tratando inútilmente de secarlas. Trato de acunarle contra mi pecho, con mis labios contra su frente. Tarareo de vez en cuando y por algunos segundos, él deja de llorar.
Siento como unos pasos se acercan hasta nosotros, y cómo acaricia mi hombro con cuidado, en un intento de animarme, de hacerme sentir mejor, pero la verdad es que hasta que no vea a mi hijo tranquilo, feliz y a salvo, no voy a dejar de estar conteniendo el aliento.

--Acabará pronto-dice ella sin más, sentándose junto a mí.
--¿Qué es lo que sabes acerca de todo esto, acerca de Ale?

Sus labios de nuevo sellados, esta vez sus ojos están puestos en el fuego que nos alumbra y calienta.

--No sé mucho más que tú-responde a los minutos.
--Entonces qué hacemos aquí.
--Sé que...bueno, sé que estamos en peligro-habla, todavía sin mirarme. Acaricia su estómago con suavidad.
--Los cuatro lo estamos-murmuro al notar el gesto de cariño hacia su bebé.
--Así es-una ligera sonrisa se expande por su rostro y baja la mirada hacia su (algo menos plana) barriga-Pero estaremos bien, ya lo verás.

Sonrío apenas al ver su sonrisa y de nuevo dirijo mi mirada hacia el fuego. Matt ha caído a causa del llanto y el agotamiento, por lo que el silencio invade la casa mientras Cassie y yo miramos el chisporroteante fuego.
La creo, creo ciegamente en lo que dice, en que ella no sabe mucho más que yo ¿por qué no iba a hacerlo? Ella no tiene razones como para mentirme, mucho menos acerca de mi seguridad, de la suya propia, o de las pequeñas vidas inocentes que llevamos a nuestro cargo.
Con frecuencia pienso en los chicos, en sus problemas, en sus vidas, en sus sentimientos, y en Malcom. Me gustaría saber si sigue sin haber un futuro para nosotros, si queda mucho para que vuelva a ver una vida futura para nosotros, o tan solo si queda demasiado para que nuestras vidas acaben. Más de una vez, he intentado pensar algo, cualquier cosa, lo suficiente "fuerte", con la suficiente insistencia, como para que Malcom lo escuche, lo vea y tanto él como su padre sepan que estamos bien, pero la verdad es que hace mucho, demasiado, que no escucho esa vocecita dentro de mi cabeza.

--¿Dónde se supone que estamos?-me atrevo a preguntar.
--Svalia-responde sin más-Noruega.
--¿Por qué estamos aquí?
--Ya te lo he dicho. Tenemos que mantenernos a salvo.
--No, no es eso. Me refiero...¿por qué estamos en Noruega y no en cualquier otra parte?
--Oh-esa suave exclamación hace que ponga mi mirada en ella de nuevo-Hace años fue una casa de invierno. Mis padres la compraron porque pensaron que sería bonito pasar las Navidades juntos, rodeados de nieve y esas cosas-explica algo tensa, mas no molesta-Vinimos solo una vez, la luz se fue, se apagó la calefacción, y mi padre decidió que era más rápido comprarse otra casa, que tratar de arreglar esta-se encoge de hombros-Problemas de gente podrida de dinero, ya sabes.
--Al menos ahora tenemos un lugar donde escondernos...de lo que sea que nos escondemos-respondo, tratando de sonar divertido.

Ella asiente con la cabeza, con una pequeña sonrisa. El silencio vuelve, y nos entretenemos de la única manera que podemos: mirando el fuego. Pasan largos minutos, horas, sin nada que hacer, esperando a que la tormenta acabe y así poder ir a comprar algo de comer al supermercado más cercano, que está como a una hora en coche.
Siento la calidez de mi pequeño contra mi pecho, cosa que me tranquiliza, qué duda cabe. De vez en cuando todavía le acuno, tratando de mantenerle dormido tanto tiempo como sea posible, cosa que no es difícil, ya que, aunque haya fuera una horrible tormenta, con todo su estruendo pertinente, creo que él solo se despertará si siente frío. Ningún ruido podrá sacarle de su sueño, ni siquiera el de un móvil sonando. Me gustaría decir que es mi móvil, pero el mío se quedó tirado no sé dónde, se supone que porque era más seguro viajar así. Tampoco es el de Cassie, que se quedó junto al mío. Supongo que se puede decir que es uno de ambos o tal vez de ninguno, ya que es de una amable señora que no vive lejos de aquí (y que afortunadamente se defiende bastante bien en nuestro idioma) y que decidió prestárnoslo por si acaso había alguna emergencia, sobre todo con el pequeño. Y la verdad, lo extraño es que suene, ya que se supone que es un móvil antiguo, que ya la señora no usaba, y dudo mucho que nadie tenga este número. Entonces... ¿quién llama?
Miro a Cassandra confuso, pero por su ceño fruncido, creo que ella está tan descolocada como yo. Alguien llama. ¿Alguien nos llama? o ¿alguien llama a la adorable vecina? Quizás solo sea alguien que se ha equivocado. La morena niega con la cabeza, como si le quitara importancia, decidida a no cogerlo. Por mi parte, yo dudo, miro el teléfono, vibrar contra la madera, sonando como una auténtica taladradora. Decido dejar al pequeño en brazos de la chica sentada junto a mí, la cual me mira aún más confusa mientras me levanto de mi sitio. El frío de inmediato me ataca al no estar a la misma distancia del fuego que antes.

--Si es alguien que se ha equivocado será mejor decirle que está llamando al sitio incorrecto ¿no?-eso es lo que digo mientras camino hacia la mesa en la que se encuentra, pero por dentro solo pienso en establecer alguna clase de conexión con alguien, con quien sea, con alguien que no esté en peligro, con alguien que me quiera contar que se le ha roto la caldera o que su hijo es el que mejor sabe tocar la trompeta.

Agarro el móvil y lo descuelgo de inmediato, al ponerlo en mi oreja solo se escuchan un montón de gritos en un idioma extranjero, uno que está claro que no es noruego, uno que ya he escuchado más de una vez.

--¿Si?-aún así pregunto, completamente seguro de que no es ella quien llama.

¿Para qué iba ella a llamar al móvil antiguo de una señora que vive en un pueblo perdido en Noruega? No tendría sentido alguno. Ella no tendría nada que hacer en Noruega ¿o sí? ¿Quién tendría nada que hacer en este sitio? Mucho más alguien que viene de...algún lugar en el que hablan un idioma aún más extraño que el noruego.

--ZATVARYAM.

Un grito me aturde. Un grito femenino. Un grito que suena a ella. Pero ella no puede ser. Ella no sabe dónde estamos. Nadie sabe dónde estamos. Ni siquiera yo estoy seguro del lugar en el que estamos.
De alguna manera, ese grito hace que todo el jaleo se esfume. Ya no se escucha nada, salvo un resoplo por parte de la persona que se encuentra al teléfono.

--Zadnik-murmura, o mejor dicho: ruge-¿Liam?

Su voz dulce. Inconfundible. Sí, es ella. ¿Por qué es ella? ¿Cómo es ella? ¿Cómo ha sabido que tengo este teléfono? ¿Cómo lo ha conseguido?

--A-Ale-la voz se me entrecorta debido a la sorpresa-¿C-cómo...?
--¿Me puedes decir por qué estáis perdidos de la mano de Dios en un páramo medio helado?-me interrumpe, algo molesta, pero para nada con su tono dominante.
--¿Cómo...cómo sabes dónde estamos?-pregunto, balbuceando a causa de la sorpresa-P-per...-y de repente, olvido esa pequeña nimiedad de que de alguna manera, nos ha encontrado, cuando apenas nosotros mismos sabemos dónde estamos. En su lugar, recuerdo la última vez que hablé con ella, la última llamada de teléfono. Un escalofrío recorre mi espalda, y no es precisamente por el frío que está congelando mis dedos en este momento-¿Tú estás bien? La última vez escuché un disparo ¿Te han hecho daño?
--Dime quien te ha llevado allí y por qué-ella demanda, aún sin ser autoritaria, aún sin sonar como si la gente se abriera a su paso por miedo, tan solo con su tono de advertencia, su inofensivo tono de advertencia.
--Estoy...estoy con Cassandra-respondo girándome para ver a la aludida, pero ésta ya se encuentra junto a mí, mirándome algo estupefacta, supongo que tan sorprendida como yo de que Alejandra haya contactado con nosotros así como así.
--¿Por qué?-su tono comienza a mostrar cierto enfado.
--No lo sé. Se supone que era peligroso y...

El teléfono es arrebatado de mis manos con rapidez. Matt vuelve a mis brazos de inmediato, haciendo que él haga un puchero aunque aún esté durmiendo tranquilo. Cassie es la que ahora habla con mi princesa, con voz rápida y nerviosa, como si estuviera tratando de explicarlo todo en apenas segundos, como si eso fuera a salvarle la vida. Y yo, sigo perdido en todo esto, sigo con la certeza de que hay una vida entera que Ale me oculta, pero está bien, todo está bien, si ella dice que no pasa nada, es que no pasa nada. Si dice que estaremos a salvo, lo estaremos. Si dice que va a volver, lo hará, siempre lo hace.
Pasan un par de minutos en los que Cassandra y Ale intercambian palabras, y dado que yo solo escucho la mitad de la conversación, me cuesta saber de lo que hablan. Me decido a caminar con paso tranquilo por la casa, acercándome a la ventana para ver cómo la tormenta parece estar amainando. Cassie tira de mi hombro, apartándome, con un ceño fruncido en su cara, y haciéndome un gesto de que no me acerque, antes de continuar hablando con Alejandra. Suspiro, apartándome de las ventanas como ella me dice, sin saber cómo o por qué, pero supongo que tampoco importa, fuera solo se puede ver blanco y más blanco. Me dedico a caminar a su alrededor, esperando impaciente para que el teléfono vuelva a mí. Pasan unos largos diez minutos hasta que, con un "Sí, claro" que más parece la respuesta de un soldado a su general, el móvil vuelve a mí, y yo lo cojo de inmediato, nervioso y claramente preocupado.

--¿Ale?
--Hola de nuevo-y a pesar de la distancia que nos debe separar, siento una sonrisa en su rostro aún sin verla-Ya me ha dicho Alexia que estáis bien.

¿Qué problema habrá con llamar a Cassandra por su nombre? 

--¿Y tú estás bien?-pregunto atropelladamente-¿A quién dispararon el otro día? ¿Por qué estás tú metida en todo eso?
--Liam...-dice en un suspiro, frenando de inmediato mis preguntas-Sabes que no puedo decirte nada. Es por...
--Por nuestro bien-esta vez quien corta la explicación soy yo-Lo sé, lo sé, pero...quiero saber si te encuentras bien y...cuando vas a volver... Estoy empezando a cansarme de tanto frío.

Ella ríe por lo bajo ante mis palabras, lo cual saca una ligera sonrisa en mí.

--La verdad es que las cosas se han complicado-admite, sin el menor atisbo de preocupación o temor, es más, todavía suena hasta divertida-Tardaré un poco más en volver.
--¿Cuánto es un poco más?-pregunto sin poder evitar sonar como un niño quejica.
--Cinco días-ella responde, aún con gracia en su voz.
--¿Cinco?-la voz se me acaba en la mitad de la palabra-Eso es mucho tiempo...-susurro-Ya llevas fuera mucho tiempo y...te echamos de menos...
--Yo también os echo de menos, cielo, pero en cuanto acabe todo esto-resopla-ya no habrá nada por lo que preocuparse, ¿está bien?
--¿Me contarás todo lo que estás haciendo?
--Eso sería peligroso.
--¿Nunca lo sabré?
--Algún día. Con suerte dentro de mucho-la sonrisa en su voz, que hasta el momento se había mantenido, parece que se esfuma en el mismo momento en el que se vuelven a escuchar algunos gritos. Gritos cabreados. Gritos doloridos. Ella no parece sufrir lo más mínimo ante esos chillidos, ni ante los que suenan a súplica, ni ante los que suenan a amenaza. Ella se limita a bufar con enfado-Tengo que dejarte, cariño. Por aquí hay gente que no tiene la mínima educación-dice con clara molestia-Estaré de vuelta en cinco días, te lo prometo.
--Está bien...-respondo, porque es lo único que puedo hacer, aceptar que tardará más de lo previsto en volver. Aceptar que está en algún lugar sola con Josh. Aceptar que vive entre disparos. Aceptar que vive entre gritos. Y parece que aceptar que es ella la que manda-Ten...ten mucho cuidado, por favor...
--Siempre lo tengo-la dulzura aún formando parte de su voz, aunque sé que será por poco tiempo-Obicham te.
--Obicham te.